Las hormonas controlan multitud de procesos fisiológicos, desde el ciclo reproductivo al metabolismo de los hidratos de carbono y el estado de ánimo.
Forman una compleja y delicada red de control del organismo, y su equilibrio es fundamental para disfrutar de una salud óptima. Las hormonas están relacionadas entre sí, de manera que un aumento o una disminución de una de ellas puede alterar a las demás. Un cambio mínimo puede ser decisivo, pues bastan dosis pequeñísimas en la sangre para producir una acción potente durante un periodo de tiempo prolongado.
La función más conocida de las hormonas es la relacionada con la diferenciación sexual. Los estrógenos son responsables de las características femeninas y los andrógenos, de las masculinas.
En este sentido se podría considerar la soya un alimento "femenino" por su contenido en isoflavonas. Estos compuestos actúan en el organismo de manera similar a las hormonas femeninas.
Se les ha llamado fitoestrógenos (estrógenos vegetales) y se sabe que actúan como reguladores del sistema hormonal: si la producción de estrógenos es escasa actúan como hormonas “débiles”, mientras que si es excesiva inhiben la acción de los estrógenos ocupando los receptores celulares; esto quiere decir que pueden sumar cuando faltan estrógenos producidos por el cuerpo y restan cuando estos abundan.
Este doble efecto ha hecho que los expertos no se pongan de acuerdo sobre la conveniencia de su consumo. Mientras unos recomiendan la soya para tratar los síntomas de la menopausia y así poder evitar la descalcificación de los huesos, los sofocos y otros síntomas; y para prevenir los cánceres de mama, ovario y útero; y también los masculinos de colon y próstata, otros la han desaconsejado a las personas que han sufrido estas enfermedades o tienen un riesgo aumentado.
Ambas posiciones son avaladas por estudios científicos contradictorios, uno de los más relevantes indica que el consumo de soya es seguro en las mujeres que sufren cáncer de mama y que incluso puede reducir la mortalidad y las recaídas.
Por otra parte, ciertos aditivos como el bisfenol que se encuentran en los plásticos de los envases pueden pasar a los alimentos y comportarse como hormonas femeninas. Esto es más probable que ocurra si el alimento es graso y se calienta dentro del envase.
Los restos de plaguicidas en hortalizas y frutas podrían provocar el mismo efecto hormonal. Es una razón más para evitar los platos precocinados y preferir los alimentos ecológicos.
En cualquier caso, vale la pena incluir en la dieta alimentos que contribuyan a eliminar del hígado los excesos de estrógenos femeninos y tóxicos. Entre ellos destacan las alcachofas y las coles. Durante el ciclo menstrual algunas mujeres presentan cambios notables en el apetito. En la fase premenstrual se sienten, por ejemplo, inclinadas a consumir más alimentos ricos en hidratos de carbono que durante el resto del ciclo, lo que se explicaría por el incremento de la hormona progesterona y el descenso del nivel de azúcar en la sangre.
En la ovulación, por el contrario, se liberan grandes cantidades de estradiol que es una hormona sexual femenina perteneciente al grupo de los estrógenos, lo que tiende a disminuir la sensación de hambre.
MNH O. MARISA GUZMÁN LÓPEZ
NUTRIÓLOGA
CED. PROF. 10405933
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